CARTEL AURRELAQUE 2016
PLANO DEL RECORRIDO
VISTA AEREA DEL RECORRIDO
EL MANIFIESTO DE JULIO VIAS
«Sierra de Guadarrama: por
un uso público amigable»
Queridos
Antonio, nuestro anfitrión e impulsor de los Aurrulaques, Jaime, consejero de
Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, Pablo, codirector del Parque Nacional
de la Sierra de Guadarrama, Luismi, alcalde de Cercedilla, otras autoridades y
amigos guadarramistas, muchas gracias por acudir otro año más al Mirador de
Luis Rosales.
Nuestra ya veterana marcha anual, que
se convoca desde hace ya treinta y dos años, se ha caracterizado siempre por
servir de termómetro para medir la temperatura vital del guadarramismo y
debatir la actualidad de la Sierra de Guadarrama como espacio natural y
cultural. En los últimos quince años, desde que se hizo pública la voluntad
política de crear un parque nacional en nuestras montañas, los acontecimientos
en torno al Guadarrama se han precipitado y, como consecuencia, la actividad y
el campo de acción del Aurrulaque se han multiplicado proporcionalmente.
Podríamos decir sin equivocarnos que la
sierra de Guadarrama no sería la misma que es hoy sin la labor realizada en el
campo de las ideas y el debate por nuestra entrañable plataforma.
En estos años hemos asistido a
Aurrulaques memorables; algunos tensos, otros más relajados, pero todos
festivos y alegres, porque en la alegría y el optimismo encontramos la misma
esencia de estas reuniones celebradas al son de las dulzainas y el tamboril
bajo el escenario magnífico de los Siete Picos. Y todos ellos han tenido amplia
repercusión y consecuencias de profundo calado para nuestra sierra, porque en el
Aurrulaque hacen oír su voz personalidades de gran prestigio en el mundo de la
cultura, las ciencias y la conservación, y porque al Aurrulaque suelen asistir
los responsables políticos encargados de tomar decisiones.
Recuerdo algunos especialmente
trascendentes, como el del año 2006, cuyo manifiesto corrió por cuenta de
Ricardo Aroca, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, y cuyo cartel, obra
de El Roto, reflejaba la escena inquietante de una lluvia de ladrillos sobre el
Guadarrama. Aquel «aquelarre», como humorísticamente se han denominado alguna
vez a nuestras reuniones anuales en el mirador de Luis Rosales, quizá marcó la
época de mayor tensión e incertidumbre para el guadarramismo y de mayor peligro
para la sierra de Guadarrama como espacio natural, apenas un año antes de que
reventara la burbuja inmobiliaria poniendo fin a la época negra del urbanismo
salvaje en España. Hoy, sin embargo, se nos vuelven a aparecer algunos viejos
fantasmas de la época del ladrillo con proyectos urbanísticos que ya no
deberían tener cabida en nuestro entorno. Y pongo como ejemplo más reciente el
Plan General de Ordenación Urbana que pretende sacar adelante el Ayuntamiento
de Alpedrete, que destruiría, de ser aprobado, parajes de gran valor, como las
Cercas de Ávila y la dehesa de Arcilleros.
Declarado hace ya tres años el
parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, nos encontramos ahora con un
escenario, si no tan dramático como el de entonces, sí muy preocupante por otro
grave problema para su conservación. Y éste no es otro que el uso público
descontrolado en los distintos espacios protegidos de nuestra sierra, asunto
del que últimamente se vienen ocupando con rotundos titulares tanto los medios
de comunicación generalistas como las revistas especializadas, en respuesta a
la creciente alarma social que está causando entre los usuarios del territorio
y en los círculos conservacionistas la proliferación de competiciones
deportivas multitudinarias. En las redes sociales el debate ha cobrado un tono
especialmente áspero y enconado.
Entre todos los espacios naturales
protegidos del país, la sierra de Guadarrama es, sin duda, el que soporta una
mayor y más intensa presión turística y recreativa por su cercanía a una
aglomeración urbana de seis millones de habitantes. Aunque esta situación no es
nueva, pues estas montañas sufren la masificación de una parte importante de su
entorno desde hace ya muchas décadas, tras la creación del Parque Nacional de
la Sierra de Guadarrama se ha desatado una verdadera pugna por su uso y
disfrute masivos entre ayuntamientos, sociedades y federaciones deportivas, y
un sinfín de empresas privadas dedicadas a las actividades de tiempo libre que
se han creado al amparo de las oportunidades de negocio creadas por la «marca
de calidad» de este gran espacio protegido, que parecen rivalizar entre sí por
ver quién consigue reunir de golpe, en sus respectivas pruebas y competiciones
celebradas en las zonas más valiosas y sensibles de la sierra, a un mayor
número de participantes.
En las últimas décadas, los simples
excursionistas sin pretensiones, los austeros montañeros a la vieja usanza,
incluso los clásicos domingueros de antaño han sido sustituidos por los devotos
de las más modernas actividades deportivas y de ocio cuya característica común
y definitoria suele ser su práctica multitudinaria y concurrente por grupos de
centenares de personas. Además de la infinidad de aficionados al esquí alpino,
que constituyen el grupo más veterano, numeroso e influyente pero cuya
actividad queda reducida al ámbito de las estaciones de Navacerrada y
Valdesquí, proliferan los corredores de montaña o trail runners ‒transcribo
aquí deliberadamente la terminología anglosajona tan al uso en España‒, que
organizan carreras diurnas y nocturnas por las cumbres a las que concurren
miles de participantes; los ciclistas o bikers, en sus modalidades de ruta y de
montaña, que se despliegan formando nutridos pelotones por las carreteras, las
pistas forestales y los más recónditos senderos de la sierra; los grupos de
moteros que todos los fines de semana cruzan en tropel los puertos de la
Morcuera y los Cotos, atronando a escape libre hasta el último rincón de la
Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) del Alto Lozoya, y algunos
otros no tan numerosos y gregarios, como los parapentistas, los esquiadores
freeride, los escaladores en hielo que hacen cola en invierno para trepar por
los contrafuertes orientales del macizo de Peñalara, o incluso los simples
caminantes de a pie, que celebran anualmente en pleno Parque Nacional de la
Sierra de Guadarrama el Día Autonómico del Senderismo con varias marchas
multitudinarias organizadas por la Federación Madrileña de Montañismo. Parece
que no hay otra forma de disfrutar del medio natural como no sea en
muchedumbre. Si a todos ellos les sumamos otros grupos que afluyen a la sierra
de modo estacional pero igualmente masivo, como los buscadores de setas, los
bañistas en los ríos y arroyos, y algunos otros menos extendidos habremos
completado un panorama aproximado de la tremenda masificación turística y
recreativa que soporta la sierra de Guadarrama, un problema que se ve agravado
de manera exponencial por el empleo generalizado y casi exclusivo del vehículo
privado. Dada la
importancia y la complejidad del asunto, uno quiere ser aquí lo más objetivo
posible y omitir cualquier juicio personal sobre algunas de estas actividades
de esparcimiento multitudinario que tienen lugar en un entorno frágil y valioso, cuyos valores más
apreciados y respetados deberían ser la quietud y el silencio precisamente por
su misma proximidad a una gran ciudad como Madrid. Además, alguien podría
acusarme, acusarnos a todos, de no predicar con el ejemplo al subir hoy cientos
de personas hasta el mirador de Luis Rosales, en pleno Parque Nacional de la
Sierra de Guadarrama, con la excusa del Aurrulaque para pontificar y sentar
doctrina sobre la masificación de la sierra. Ante esta acusación sólo puedo
excusarme con algo que escribí en cierta ocasión, en los buenos tiempos de las
concurridas marchas Allende Sierra, que hace no muchos años tuvieron como
objeto reclamar a las administraciones la declaración del parque nacional. En
aquellas circunstancias vencí mi aversión y mis escrúpulos a transitar en
manada por la sierra y me justifiqué en un artículo publicado en diciembre de
2004, en una separata incluida en el número 510 de la revista Peñalara,
aclarando que en esas señaladas ocasiones nos permitíamos turbar a nuestro paso
la paz de algunos parajes de la sierra para reclamar, entre otras cosas, que
siguieran manteniendo en el futuro el silencio y la soledad que les son
propios. Lo mismo puedo decir ahora, esperando más que nunca que no sea un vano
empeño.
De todo este amplio repertorio de
«usuarios» de la sierra que acabo de hacer, dos son los que acaparan el grueso
de la polémica por su capacidad de penetración masiva en el territorio:
ciclistas y corredores de montaña. El ciclismo de montaña practicado de forma
irresponsable, circulando campo a través o por apartados senderos, está
afectando muy negativamente al entorno de la sierra de Guadarrama, en especial
el llamado ciclismo «extremo», practicado de forma marginal pero muy visible en
algunos lugares, y que es hoy el heredero directo de aquel motocross cerril de
los años setenta del siglo pasado que todavía no ha sido completamente
erradicado en algunas zonas de la sierra.
No ignoro que son mayoría los
usuarios de la bicicleta de montaña que disfrutan de su afición de forma
civilizada y respetuosa, pero ello no puede ocultar la realidad de que la
práctica incontrolada de este deporte de masas supone hoy una de las
principales amenazas para la conservación de un espacio natural tan frágil como
es la sierra de Guadarrama en su conjunto. Se están celebrando pruebas de gran
impacto ambiental que no deberían ser autorizadas por la dirección del Parque
Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, y voy a poner el ejemplo de la III
MTB de Soto del Real, que tuvo lugar hace apenas unos días.
Pero desde una visión personal del
problema, la práctica masiva del ciclismo de montaña nos preocupa de manera
relativa, pues todo apunta a que el Plan Rector de Uso y Gestión pendiente de
elaborar para el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama limitará su práctica
a las pistas forestales, criterio que debería extenderse a todo el territorio
serrano, pero que no parece tan claro quiera aplicarse igualmente al otro
deporte de masas que afecta cada vez más a los distintos espacios protegidos de
la sierra: las carreras de montaña. Paso a ocuparme a continuación de estas
polémicas pruebas deportivas, como argumento principal en el que apoyar este
alegato contra la masificación del Guadarrama.
La proliferación de las carreras de
montaña en todo el mundo ha constituido un fenómeno social sin precedentes.
Hace algo más de diez años, cuando se llevaban a cabo los estudios para la
redacción del Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) de la sierra
de Guadarrama, apenas se celebraban en estas montañas nueve carreras con un
total de participantes que rondaba el millar. En 2015, a falta de elaborar el
Plan Rector de Uso y Gestión que regule estas y otras actividades deportivas,
en terrenos estrictamente protegidos se celebraron dieciséis carreras diurnas y
dos nocturnas, que reunieron un total de 7.450 participantes, algunas de ellas
con inequívoco carácter comercial que buscan hacerse un hueco en el calendario
deportivo, como el Aquatrail de El Corte Inglés, que se celebra hoy mismo a
escasos kilómetros de aquí.
El principal y más visible impacto de
estas carreras es que multiplican la erosión que desde hace muchos años vienen
sufriendo los escuálidos suelos de las cumbres y las altas laderas de la
sierra, que en muchos lugares se hacen irreversibles a causa de las
escorrentías que favorecen las fuertes pendientes. Como ya hemos mencionado
antes, otra de las principales y menos deseables consecuencias que han traído
consigo las carreras de montaña es que multiplican la capacidad de penetración
de grupos de muchos cientos de personas, tanto corredores como espectadores y
voluntarios, hasta las zonas más apartadas y menos frecuentadas de la sierra,
últimos reductos de soledad y tranquilidad para la fauna silvestre.
Al impacto de las pruebas hay que sumarle el
de las jornadas de entrenamiento a lo largo de todo el año, que nadie controla.
El problema se agrava si las carreras son nocturnas, en las que centenares de
corredores equipados con potentes lámparas frontales irrumpen tumultuariamente
en mitad del silencio y la oscuridad de la montaña.
En la maltratada sierra de Guadarrama ya ni
siquiera les dejamos la noche a los que son sus más acreditados y legítimos
propietarios, como el búho real, el cárabo, el chotacabras, el corzo, el jabalí
o el mismísimo lobo ibérico, que tras su reciente regreso a la sierra vuelve a
campear tímidamente entre los densos piornales al cada vez más ilusorio y
amenazado amparo de las tinieblas. La época del año en que se celebran estas
pruebas también influye en su impacto ambiental.
Algunas de ellas se celebran a mediados o
finales de la primavera, en fechas que coinciden con la época de reproducción
de numerosas especies de fauna silvestre.
Entre todas las carreras de montaña
que se celebran en el Guadarrama, las más polémicas por su gran impacto
ambiental son los llamados «kilómetros verticales», consecuencia precisamente
de las pronunciadas pendientes de los lugares por donde transcurren, que
inevitablemente propician la erosión, y por transcurrir por zonas poco
transitadas, precisamente aquellas más querenciosas para la fauna silvestre. El
Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra y la dirección del Parque Nacional, en
perfecta sincronía, han desautorizado este año la III edición del Kilómetro
Vertical de la Najarra, una prueba de 5 kilómetros de longitud y 960 metros de
desnivel que transcurre en una tercera parte de su recorrido por una pista
forestal, y los dos tercios restantes por un estrecho y empinado sendero
abierto y señalizado hace algunos años por iniciativa particular, que
transcurre por una zona hasta hace no mucho tiempo poco transitada y muy
querenciosa para algunas especies de aves rapaces tanto forestales como
rupícolas, como el halcón peregrino.
En una montaña tan accesible y concurrida como la sierra de Guadarrama
hay que aplicar el principio general de que las zonas todavía poco transitadas
deben seguir siéndolo. Por ello es necesario que los estudios de impacto
ambiental consideren la poca accesibilidad de estos parajes apartados como un
valor en sí mismo, y que los gestores de los diferentes espacios protegidos
apliquen criterios restrictivos que permitan poner coto a la apertura irregular
de senderos de montaña por particulares, y a la vez regular estrictamente la
«recuperación» incontrolada y a menudo gratuita de otros muchos ya existentes.
Si, aparte de la polémica romería de El Rocío, decenas de carreras de montaña
con miles de participantes surcaran los pequeños senderos que atraviesan la
marisma alta, los cotos o la vera del Parque Nacional de Doñana asistiríamos a
un escándalo de alcance internacional. ¿Por qué aquí ha de ser distinto?
Vistos los problemas que plantean
estas pruebas y su creciente demanda e implantación en un espacio tan
masificado como la sierra de Guadarrama, es evidente que la mera regulación de
la que han sido objeto hasta la fecha ‒limitación de participantes a un máximo
de 450 y restricción del número de pruebas a sólo una diaria por cada
vertiente‒ no va a ser suficiente para frenar el creciente deterioro que sufren
muchas zonas de la sierra, en especial los altos cordales y los estrechos y
empinados senderos que ascienden por las laderas. Por ello, de cara a la
redacción del PRUG habría que ir pensando en aplicar medidas que resultan
imprescindibles para solucionar el problema. La primera y más importante es
reducir drásticamente el número de participantes por cada prueba, con el fin de
hacerlas mucho menos rentables y apetecibles como negocio para sus
organizadores.
Otras medidas complementarias serían su
limitación casi sin excepción a las pistas forestales, como se hace en el
Parque Nacional de Sierra Nevada, y el traslado de muchas carreras a otras
zonas serranas menos sensibles. Las razones de tipo comercial o de imagen que
mueven a los organizadores de estas pruebas a querer celebrar sus eventos
precisamente en las zonas más emblemáticas y frecuentadas de la sierra, que son
además las más frágiles y necesitadas de protección, deberían ser argumento
suficiente para su no autorización. Pongamos el ejemplo de la cumbre de
Peñalara: el día en que pasa por allí el Gran Trail de Peñalara, entre los
corredores participantes, el público asistente y las legiones de senderistas
habituales de cada fin de semana llegan a concentrarse allá en lo alto muchos
cientos de personas. Urge un estudio de capacidad de carga para la cumbre más
alta y simbólica del Guadarrama, ya que la experiencia que supone su ascensión
en cualquier día festivo con buena climatología se ha convertido en algo
parecido a una pesadilla. En lo que atañe a las carreras nocturnas, huelga
decir que nunca deberían ser autorizadas en los espacios naturales protegidos.
Es imprescindible alcanzar un
acuerdo entre administraciones regionales, ayuntamientos, sociedades y
federaciones deportivas, ONGs, colectivos de corredores y ciclistas de montaña,
etcétera, etcétera, que exigirá valentía, conciencia ambiental y generosidad a
partes iguales con el fin de conseguir un uso público amigable en el que quizá
sea el espacio natural protegido más amenazado de Europa. Valentía por parte de
las administraciones regionales y locales a la hora de adoptar medidas que
serán en gran medida polémicas e impopulares, la misma de la que hizo gala la
Comunidad de Madrid, hace ahora veinte años, al prohibir la travesía a nado de
la laguna de Peñalara, una prueba deportiva que se venía celebrando cada primer
domingo de agosto desde que en 1927 fuera implantada en el calendario de
competiciones deportivas de aquella época por la desaparecida Sociedad
Deportiva Excursionista. La supresión de esta prueba deportiva con sesenta y
nueve años de tradición a sus espaldas estaba más que justificada por la
erosión de las orillas de la laguna y la eutrofización de sus aguas, y hoy
nadie se atrevería a poner en tela de juicio aquella medida ejemplar.
Hace falta también un ejercicio de
generosidad por parte de las sociedades deportivas, los ayuntamientos y las
entidades sin ánimo de lucro que organizan estas carreras, el mismo del que ya
ha hecho gala en varias ocasiones la Sociedad Peñalara, en coherencia con su
compromiso por la conservación de la Sierra de Guadarrama, al renunciar en 2011
a seguir organizando el llamado Super Duatlón Peñalara, una prueba de gran
impacto ambiental que consistía en una carrera a pie combinada con ciclismo de
montaña, y cuyo recorrido de ida y vuelta partía de Cercedilla y llegaba hasta
el risco de los Claveles. En 2015 nuestra veterana sociedad deportiva renunció
también a seguir celebrando el Trail Peñalara 80K, que ascendía por las
abruptas laderas del Hueco de San Blas el Viejo, una de las zonas más valiosas
y menos accesibles de la sierra. Aún así, todavía no es suficiente; para ser
consecuentes con la trayectoria conservacionista de nuestra centenaria
sociedad, es necesario continuar por el buen camino de la autorregulación y
hacer una profunda revisión de otras pruebas, en especial el Gran Trail de
Peñalara, la carrera «estrella» entre todas las que se celebran en la sierra de
Guadarrama y también una de las de mayor impacto sobre el medio.
Sabemos que la Consejería de Medio
Ambiente de la Comunidad de Madrid, como también las autoridades ambientales de
la Junta de Castilla y León, están tomando decisiones de profundo calado para
minimizar el impacto del uso público en los distintos espacios protegidos de la
sierra de Guadarrama, como es la reciente restricción del tráfico rodado en La
Pedriza y la prohibición del baño en el río Manzanares a su paso por este espacio
único, medidas muy necesarias que deben extenderse a otras zonas de la sierra
también sobrecargadas de visitantes.
Correr y pedalear por la
montaña son deportes bellos, estimulantes, y sostenibles, pero practicados de
forma masiva en los lugares, las épocas y las horas inadecuadas son muy
perjudiciales para la conservación del paisaje y la biodiversidad de muchos
espacios protegidos, y atenta profundamente contra el derecho a un disfrute
adecuado para la mayoría de los demás usuarios del medio natural. No podemos
permitir que lo natural y lo cultural dejen de ser los valores prioritarios en
el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama para ceder el paso a otros más
relacionados con intereses mercantiles y con la cultura del ocio. Querido
Consejero, si dejamos que esto ocurra nuestros mejores paisajes, conformados
físicamente por siglos de aprovechamiento agrícola, ganadero y forestal, y
consagrados culturalmente por la mirada de pintores, escritores, científicos y
poetas, se irán banalizando sin remedio y perderán su más elevada e importante
función, que no es otra que garantizar el recreo, el sosiego y la vivencia
cultural de los millones de madrileños y decenas de miles de segovianos que hoy
reclaman una política de uso público amigable para la sierra de Guadarrama.
Muchas
gracias
Julio
Vías (Naturalista, escritor y comunicador de temas de historia, arte y naturaleza.)
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